martes, 11 de septiembre de 2012

2.


Después de ese día, cambié el portarretrato a mi habitación. Quería ver siempre esa imagen al terminar cualquier día. Mas aun cuando a Helena Aycardi, la mujer perfecta, odiaba mostrar fotografías de ella cuando pequeña.

Solía ir a buscarla todas las mañanas para ir a la Academia de Periodistas, la única escuela de formación nacional de este oficio que quedaba en el territorio. Pese a que ello significase retroceder más de quince cuadras en mi camino y tomar el metro hasta nuestro destino. Yo, daría todo lo que tuviera por volver a ver su cabeza recostada en el pórtico de su casa diciéndome de nuevo que he llegado puntual o que si hubiera demorado un minuto mas quizá no alcanzaríamos a tomar la ruta 16 de la estación central. Ella, desde un principio propuso que me sentara de primero, así no le daría el puesto a cualquier otra jovencita o adulta mayor haciendo alarde de mi caballerosidad. Tuve que acceder, pero lo que ella no sabía era que sentándome de cualquier lado, de ningún modo yo iba a ceder el puesto, sólo lo hice una vez, y fue para darle gusto a ella.

En la primera parada, la estación 18B solo recogía una pasajera, la insoportable Aleida Blender,  y digo insoportable porque no es justo hablar mal de una mujer cuyos padres no creo que hayan querido engendrar. Aleida era nuestra compañera de curso. Extraña en todas las acepciones de la palabra. Y egoísta hasta con su persona. Alguna vez, que no quiero recordar, ella y yo fuimos amigos, de esos amigos posesivos que quieren ser mas, pero para mi fortuna logré descubrir la apuesta que sostuvo con sus otras tres colegas del pantano. Esto, porque las mujeres del pantano odiaban a Helena.